El guitarrista de la «Rua do Santos»

 

Tal vez no sea bueno empezar diciendo que he escrito muy poco y mal, sin embargo, es honesto y así voy a empezar.

Nací en una casa que da a un parque, en un lugar donde los perros revisan la basura y merodean en grupos por las calles. La diferencia fue la música, diferencia con el resto de mis amigos, me refiero. Soy guitarrista. Tengo 59 años. Tengo cáncer linfático.

Afirmar que uno tiene una enfermedad tan jodida como esta desvirtúa, de algún modo, el relato que uno pretende hacer, porque este relato se hace desde la enfermedad, emerge con la muerte como vecina. ¿Cómo sería el relato de esta vida sin la enfermedad? No importa, es lo que hay.

Escribo una semana después del diagnóstico. El miedo está en el cuerpo, en mis dedos, en mis ojos pero también en el sonido de mi voz y hasta en el de mi guitarra. Es un miedo que -a veces- me hace reír. Con la diferencia que ahora siento mi risa como una despedida, todo se ha convertido en una puta despedida: abrir una puerta, comer un sándwich, sentarte al borde de la cama por la mañana, escribir. Bueno, no todo, mirarme en el espejo es un viaje de proporciones malévolas.

Casi siempre he sido una persona alegre, sincera y tímida. Mis emociones las suelo meter entre los ritmos sincopados de la música que he trabajado y gozado durante todos estos años. El magnífico Jazz: Django Reinhardt, por ejemplo. Las cuerdas, cuando son tocadas con maestría, liberan ondas sonoras que, si el feliz emparejamiento acontece, conectan con nuestro ritmo interno, y nos enamoramos.

Abraham Valdelomar, poeta peruano de principios del siglo pasado, escribió páginas interesantes sobre el ritmo en su libro sobre el torero Belmonte (¨Belmonte, el trágico¨). Pitágoras –dice el poeta- asegura que no somos capaces de oír la música de los astros, de las esferas girando y desplazándose en sus órbitas, pero esa música existe -esta armonía- y es una sinfonía prodigiosa. Argumenta que todo lo que vive está animado por la vibración. Algunos hombres afinando su instrumento, su vida, se acercan a esa música estelar, que sería la música de Dios. Hoy la ciencia entre sus teorías tiene una, la teoría de las supercuerdas, que dice que la materia vibra a escalas mínimas gracias a unas inimaginables -por lo pequeñas- cuerdas, o sea que también hay ritmo a nivel de las partículas elementales. La vibración, el ritmo, gobierna la vida, dice Pitágoras, ahora también lo dice la ciencia.

Empecé con los Beatles, sumé después más rock a mi repertorio hasta que llegó el flamenco. Esta música me producía respeto, por aquella época, porque era un pasaje hacia un lugar serio donde había gente impresionante y yo siempre fui un guitarrista con límites muy claros, sin mayor talento, en fin, no quiero hablar de eso ahora, pero para cerrar esta parte solo quiero añadir que me enamoré del flamenco y luego del jazz del gitano Django Reinhardt y los guitarristas del swing francés.

Mi vida profesional no tiene nada destacable, presentaciones, fiestas, muchas colaboraciones. Me dio lo que me podía dar, comida e inseguridad. Eso lo sabía de antemano, sin embargo, las experiencias que me inyectó en la vida, no se pueden trasferir en toda su dimensión y, seguramente, todo esto terminará sonando anodino o banal, pero no importa porque ahora -tampoco antes, pero ahora menos- ya nada importa (tal vez sí: el gesto). En todo caso, eso es lo que ofrezco, unas cuantas botellas lanzadas al mar del mundo cargadas con un alcohol rojo que se bebe en soledad.

Acerca de Javier Revolo

Javier Revolo escribe "Relatos Tóxicos" https://javierrevolo.wordpress.com/ y forma parte de la Asociación literaria Trilce que promueve la creación en lengua castellana en Australia. Vive en Sídney, Australia, y es abogado.
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4 respuestas a El guitarrista de la «Rua do Santos»

  1. Elena dijo:

    Qué triste estás últimamente, oye. Espero que solo sea literariamente.
    un beso.

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    • Elena:
      La narrativa es un espacio de nuestra persona, o de las personas que somos. La ficcion es tanto lo maravilloso, aglutinante, duro y dificil como de lo bello, poetico y emocionalmente fuerte. Somos todo eso. Es una maravilla poder expresar todas esas partes de uno, poder lanzar esos rayos de uno.
      Un beso

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  2. Concha Huerta dijo:

    Un relato que parece una despedida. Sin embargo el cancer es hoy ya una enfermedad crónica. pero la palabra cuando se escucha de los labios de un medico es sinónimo de muerte. Interesante reflexión. Un saludo

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  3. Hola Concha:
    En este relato el cancer es un inicio, se parte de un diagnostico y se termina en una tumba. Mientras tanto hay mucha vida, o tal vez la misma solo que magnificada, sobredimensionada por la cercania del abismo. Interesante como exploracion y una forma de empatia.
    Un beso, nos leemos pronto

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