Al bajar por las escaleras del avión sabía que aun estarías medio dormida, era una hora indecente y tu nunca fuiste buena con las mañanas, al menos no mientras vivimos juntos. Dabas vueltas en mi cabeza casi desde que te dejé, te recorría mentalmente muchas veces, entregado al recuerdo de tus olores, a esos modos tristes de estar bella, y mi memoria se ralentizaba en los detalles, dimensionándolos hasta hacerlos parecer imágenes de un sueño.
No, seguro que no me esperabas. Ya nadie me esperaba, había pasado tanto tiempo, tantas lunas, tanta arena entre los dedos con forma de números, de lluvia, de puertas que se abren y se cierran, que cualquier espera era improbable. Además, cuando te dije adiós, me diste la callada como respuesta, ese modo tuyo de hacer sentir que no me necesitabas, con esa indiferencia algo displicente.
Fue a mis amigos, los que se habían quedado, a quienes llamé por teléfono, para recibir de ellos la alegría, las bromas y el afecto que sabía entonces podría estirar la mano, detener un taxi, para ir a buscarlo en forma de besos y abrazos. Eso lo necesitaba, mucho.
Sabía que ibas con otros, pero ya soy un hombre maduro que sabe lo que
vale -que no lo que cuesta- un café. También que iba a ser difícil volver a verte, pero no quería dejar pasar más tiempo por si no nos reconocíamos en los pliegues de nuestro pasado.
En una fiesta me hablaron de ti, de lo bella que estabas ahora, rejuvenecida por el éxito que por fin te había sonreído y hecho grande a los ojos de propios y extraños, entonces me entró un cierto temor ¿encontraría a la que conocí, caótica, impredecible y trágica? ¿O serías nueva y arrogante, tan ordenada como distante? ¿estarían tus calles de cemento y tus colinas desnudas, tu baja neblina y tus casas viejas mirando el mar con esa misma nostalgia de esposa de marinero? ¿O tus edificios de espejo y centros comerciales nuevos te habrían enseñado un nuevo lenguaje alejado de la poesía?
Mis amigos me dieron la bienvenida pero tú aun aguardabas cautelosa, midiendo mis nuevos trajes, mi forma de sacar la cartera, de pagar, de mirar los autobuses. A la siguiente mañana despertaste conmigo y el sonido de un patrullero, la licuadora en el puesto que vende jugos en el mercado, la sonrisa del hombre que lava automóviles, me susurraron tu nombre. Estaba en casa. Y finalmente nos volvimos a abrazar en el desayuno, con mi sandwich favorito, café y periódico, escuchando la música de mi acento salir de otras bocas. Más tarde, desde la ventanilla de los automóviles nuevos de mis viejos amigos, veía esquinas pintadas con colores vivos en las cuales podía reconocer tu color debajo de esa piel reciente, y era feliz de estar de vuelta, feliz de estar contigo hasta las lágrimas. Lágrimas de los ojos de mi madre, de sus ojos marrones en los que me gustaría internarme.
Si alrededor de una mesa estuvieran sentadas todas las ciudades del mundo, tú estarías escuchando las historias gloriosas de las mayores, con respeto, en una esquina, detrás de tus largos cabellos plateados de sobria mujer madura, con los oscuros ojos brillantes y una delicada sonrisa, la de quien guarda muchos secretos. Porque eres de aquellas a las que hay que escuchar a solas, con una copa en la mano y mesa redonda de madera.
Hoy todos hablan de ti como de una joven princesa recién casada, cuando tú y yo sabemos de ese pasado reciente de vieja pobre y dura, con todo su caudal de sabiduría y desencanto, ese que aprendimos a comunicarnos cada vez que salía a pasear y me recibía aquella indiferencia y cansancio que aprendí a querer y hasta desear, el de mi vieja y añorada Lima.
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Que texto más sentido sobre esa ciudad que transformas en amante añorada. Muy bello. un saludo
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Hola Concha:
Gracias. Ciudades que nos albergan y nos forman, ciudades que somos, que llevamos con nosotros como el recuerdo de un amor, hasta reencontrarnos y disfrutar de ellas otra vez.
Saludos y gracias por tu amable comentario
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Insisto: Bellísimo.
Está tan lleno de imágenes plásticas, de colores, de nostalgia, de presencias tangibles tan suavemente susurradas…, que uno puede ver a través de todas tus tóxicas y bien trenzadas palabras…
Se ve. Se ve Lima. Y se ven muchas más cosas… Se ve mucho…, y se intuye el resto. Y evocar siempre es volver a vivir.
Yo, eso sí, le hubiese dado un poco de “aire” al texto… Pero es sólo por mi gusto particular… Creo que al darle “aire” a las frases…, más puntos… Y más puntos y aparte, el texto, siendo el mismo, resulta más ligero, más fácil de aprehender… Creo que facilita al lector infiltrarse, acomodarse, y dejarse llevar por él.
Pero, insisto, es una opinión muy particular. Quizá por mi forma de escribir…, tanto, (casi siempre demasiado…, jajaja) busco hacerlo más liviano tratando de acortar las frases, de abrir huecos por los que poder pararse a respirar… Esas rendijas en el texto que, como respiraderos, te brindan un instante de tregua para sentir bien e ir asimilando todo lo que estás leyendo…
O quizá no es más que una tontería. Una manía mía.
En fin, como siempre, gracias.
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Beadealejandria:
Vivimos en ciudades y llevamos ciudades dentro, paisajes, ordenes mentales, equilibrios espirituales. El mundo que nos rodea, aquel que vemos y pensamos y sentimos es un reflejo de nuestra ciudad interior, una proyeccion de nuestro entramado metropolitano interno.
Traje aqui la ciudad que me vio nacer, aquella en la que discurri mis primeros anyos de vida, aquella que no se tiene que entender porque cuando aun no sabias hablar ya te decia cosas, ya te ensenyaba como tendrias que decirlas. Traje aqui sus cambios, el temor de que ya no se reconozca, de que no te reconozca. Y a los amigos. El corazon de la ciudad, de todas nuestras ciudades.
Tienes razon con la puntuacion, es un asunto de gusto. A mi me parece que incrementar los puntos y aparte o los puntos y coma, haria mas espasmodica la lectura, prefiero, en un relato como este, la frase larga -siempre que guarde la coloracion y consistencia, que no es otra cosa que la vitalidad de la frase- y no tan larga, pero no corta. En todo caso, espero que, a pesar de las frases largas, hayas podido acomodarte en el texto y hacerlo un poco tuyo… como siempre.
Un beso Bea y gracias a ti por leer con tan buenos ojos
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Hay hombres que habitan en ciudades y ciudades que habitan en los hombres, primo. Un abrazo.
Miguel
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Hombres ciudad y hombres cueva, hombres pueblo y hombres calle… bueno, hay de todo. Gracias por la visita primo!!
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Es un texto fantástico. Sin embargo me he quedado colgando en esta frase:
«Hoy todos hablan de ti como de una joven princesa recién casada», por dos casos conocidos de parejas que se separan justo días antes de casarse.
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Hola Helena!
Un gusto leerte tambien por aqui. Este texto es de aquellos nostalgicos, debe ser que ya estoy necesitando un cambio de aires por un momento, vivir en una isla, al cabo del tiempo, tiene esos inconvenientes.
Un beso y gracias por la visita, nos leemos pronto
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