La hija del Poeta

¿Cuándo conoció a su marido?

Yo tenía veintiún años y estaba en Lima para estudiar en la “Normal” la carrera de Educación. Eso fue en el 47.
Vivía en casa de mis tíos, la hermana de mi padre y su esposo, el general, adonde me había mandado mi madre.

¿Cómo lo conoció?

Fue en una fiesta de carnavales que daba el Club Militar. Pero aquella oportunidad no pasó nada especial, solo me lo presentaron. Cuando viajé a la sierra, a Puno, meses después, a visitar a mi madre que vivía allá, lo volví a encontrar. Estaba cruzando por la plaza y un hombre alto caminaba hacia mí con una amplia sonrisa. Al principio me sentí aturdida pues no sabía quién era. Para ese entonces lo había olvidado. Estando cerca me dijo: Chela de la Torre Bueno… ¿no te acuerdas de mí?

¿Qué fue lo que le atrajo de él?

Era un soñador, contaba muchas historias, que quiso ser médico, periodista y no sé qué
más. Era un hombre divertido, nos reíamos mucho. Los hombres así pueden ser muy entretenidos. Tantos sueños, tantas ilusiones en una sola persona. Fuimos cómplices desde el principio. Me extrañaba que fuese militar, pero después lo entendí.

¿Qué fue lo que entendió?

Que por falta de dinero para pagarse una carrera universitaria se metió al ejército como soldado y
luego, a base de esfuerzo, aprobó los exámenes para oficial y así empezó. Enrique era muy voluntarioso, para él los obstáculos estaban para ser superados siempre.

¿No era un militar para usted, una joven estudiante, algo distinto a su forma de vida?

Yo conocía algunos militares por mis primas, las hijas de mi tío el general -entonces comandante-. Ellas iban a fiestas, casi siempre de la familia, pero también las que se hacían en el club para militares, bajo la atenta mirada de mi tío o de alguien que las acompañaba. A mí me gustaba mucho salir, arreglarme, disfrutar como cualquier chica de esa edad, asi que, si me invitaban, las acompañaba encantada. No era muy alta, tenía una bonita silueta y bailaba bien. Había dejado Arequipa, estaba lejos de la tristeza de aquello. También quedaban atrás las rígidas monjas del internado al que fui y la vida austera en casa con mi madre.
Fíjese que esos eran “los años maravillosos”. Terminada la segunda guerra, ser militar en Norteamérica, y por extensión en el Perú, se vivía de un modo especial, era como si la celebración continuase para ellos, los de uniforme parecían dueños de algo, no se de qué exactamente, de la fiesta tal vez, o de una forma de libertad que no tenían los otros, los “civiles” -o sea, los que no llevaban uniforme- en ese ambiente las diferencias, de lo que fuera, se diluían.

Eran años de optimismo y fiestas.

Sí, mucho de las dos cosas. La música estaba en todo su esplendor. Bandas como la de Glenn Miller con su famosa canción “In the mood” -que, por cierto, bailamos hasta el agotamiento-, y el Mambo de Pérez Prado que  vino con su orquesta a Lima para carnavales, hacían furor, ademas cantantes como Frank Sinatra, Nat King Cole y muchos otros estaban de moda, el cine que nos llenaba de sueños con artistas como Rita Hayworth, Sofía Loren, Marilyn, vidas brillantes… con ese ambiente tener un hombre a mi lado, un hombre al que le gustaba todo aquello y lo disfrutaba tanto como yo, era fantástico, indescriptible. Enrique, además, era alto y tenía una voz preciosa,   cantaba tangos tan bonito! Recuerdo que algunas veces lo invitaban a cantar en el escenario de alguna de las galas a las que íbamos. Mi favorita de su repertorio era “El día que me quieras” de Gardel.

¿Su familia hizo algún comentario respecto a la extracción social de su esposo?

¿Extracción social? Ah, ¿se refiere a que era pobre? Mi madre nunca hizo el más mínimo comentario, la
verdad, tampoco tenía por qué, nosotros éramos una rama de una familia con un apellido con mucho, vamos a llamarlo, “lustre”, pero mi familia, mi madre, mi hermanita Teresa y yo -mi padre murió poco después de casarse- éramos casi pobres. Además, Enrique se llevó muy bien con mi madre, desde el primer día hasta que falleció.

En cuanto a la casa donde yo vivía, era gente muy delicada y no se metían en mis asuntos, yo tenía que acatar las normas y eso era suficiente. Cosa que siempre hacía. Pero en todo caso, nosotros éramos una
familia de provincia también. Claro, teníamos una educación y relaciones de otro tipo, pero en Lima seguíamos siendo de provincia y eso, en aquella época, se notaba.

Enrique siempre fue bienvenido en todas partes, tenía una personalidad encantadora y era un buen hombre. No se podía pedir más.

¿De dónde era él, cómo era su familia?

Enrique nació en Huancayo, en la sierra del centro, en una familia humilde. Tenía las maneras de la gente de la sierra, una forma de ser amable y educado, no sé, más formal. Su padre trabajaba para la Empresa Nacional de ferrocarriles y Enrique desde niño solía acompañarlo en los viajes de Huancayo a Lima en esos trenes que trajeron los ingleses. El tren que sube mas alto del mundo. Esos viajes tambien eran historias de las que contaba Enrique. Eran cuatro hermanos y dos hermanas. Me llevé bien con todos. Gente sencilla, ya le dije, muy amable.

¿Cómo fue su vida con su marido?

¿Me pregunta si fui feliz? No, no creo que haya, en general, una vida feliz. Hay momentos de felicidad, pero la vida suele ser difícil, hay que trabajar, las responsabilidades nos abruman, hay poco espacio para ser nosotros mismos, para ser felices. Estuvimos muy enamorados, al punto que tuvimos cinco hijos, todos hombres, los primeros cuatro llegaron casi uno detrás del otro. Pero fue muy duro pues, cuando él falleció, tuve que trabajar y cuidarlos. Uno de mis hijos enfermó de los nervios muy chico, a los trece años. Otro murió a los veintiséis, en un accidente de tráfico, en Francia. Pero esa es otra historia. No. Mi vida no ha sido muy feliz que digamos. Pero en esta foto le digo que sí, éramos muy felices, mucho.

Acerca de Javier Revolo

Javier Revolo escribe "Relatos Tóxicos" https://javierrevolo.wordpress.com/ y forma parte de la Asociación literaria Trilce que promueve la creación en lengua castellana en Australia. Vive en Sídney, Australia, y es abogado.
Esta entrada fue publicada en Fotografia, Narrativa y etiquetada , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

6 respuestas a La hija del Poeta

  1. Sibisse dijo:

    Totalmente de acuerdo, con lo que hay momentos de felicidad. Me ha entretenido, es algo muy real y muy cercano para quien conozca casos parecidos y resulta fácil meterse en la historia y muy original al mismo tiempo, presentarla como una entrevista.

    Bss

    Me gusta

    • Hola Sibisse:
      Me alegra que te haya entretenido. Pasar un relato que nacio como tal, a entrevista, fue un salto cualitativo interesante, especialmente cuando se trata, como le comento a Concha, de mis padres. Me gusta como queda, creo que voy a hacer mas con este formato. Tratar lo intimo de este modo es interesante.
      La segunda parte de los 40 y los cincuenta fueron anyos de mucha marcha, por lo que se ve. Con la explosion musical norteamericana y del cine de Hollywood, esos anyos de optimismo y bonanza deben de haber sido muy interesantes y agradables. Aunque eso, como puedes ver, no quita que las historias individuales tengan un grado de tristeza.
      Besos

      Me gusta

  2. Concha Huerta dijo:

    Me gusto el formato de este texto como una entrevista que sirve para escuchar la voz de la protagonista. Cuanta razón tiene respecto a que los momentos de felicidad siempre parecen menos que las desgracias. Triste destino del hombre. Un saludo

    Me gusta

    • Hola Concha
      El formato permite un distanciamiento con el texto. Se trata de mis padres. El formato le da una perspectiva que no tendria si hubiese escogido el del relato en tercera o primera persona. La historia forma parte de las memorias que me conto ella y la foto, ademas, me parece que ya cuenta una historia por si sola.
      Saludos

      Me gusta

  3. Hola Javier,
    Magnífico texto que destila una suave nostalgia. Logradísimo el ambiente de la entrevista ¡Chapeau! Un abrazo

    Miguel.

    Me gusta

Deja un comentario