En un charco de sangre
Allí estabas tendida
Para siempre callada
Para siempre dormida.
Con los ojos abiertos
¡muy abiertos! Mirándome siempre
Como miran los muertos
Sin amor y sin odio,
Sin placer ni amargura,
Con sutil ironía y a la vez con ternura.
El puñal en mi diestra
Todavía humeaba
Pero ya en mis oídos
El furor no gritaba
Y crecía el espanto
Y la angustia crecía
Y humeaba en mi diestra
El puñal todavía,
Con el vaho candente
De tu sangre ardorosa
De tu sangre de virgen
De tu sangre de diosa.
Era ya media noche;
En la oscura alameda
Murmuraban las hojas
Con voz débil y queda,
Mientras clara y sencilla
Tras finísimo velo de neblina
La luna se elevaba al cielo.
¡Cuán hermosa es la vida!
¡Cuán hermosa! –dijiste-,
Sí, la vida es hermosa –murmuré-
¡Pero es triste que se acabe tan pronto!
Y seguimos andando…
¡Tú pensando en la vida
Y yo en la muerte pensando!
¡La muerte, la muerte! –musité-
Te paraste y miraste con medrosa mirada
Y en tus ojos tan grandes
Y en tus ojos tan bellos
Vi brillar más que nunca
La mirada de aquello.
Recorrióme la suave sensación de frescura
Del que asciende a una cumbre
Y desciende a un abismo,
Y después… ¿quién lo sabe?
Si lo ignoro yo mismo…
¿Fue ascensión a la cumbre?
¿Fue descenso al abismo?
¡No lo sé! Sólo sé que en tus ojos
Vi otros ojos impresos
Que sentí entre tus labios
El calor de otros besos,
Y entre angustias y dudas
Mi razón agitada
Quiso hallar a tu sangre
Otra sangre mezclada
Y al vengar mis agravios
Y entregarte a la muerte
Hasta el último instante
Hasta el último verte
Y ver cómo se borraban
De tus tristes despojos
El calor de esos labios,
La impresión de esos ojos;
Y en tus labios ya fríos,
Y en tus ojos ya muertos
Para siempre grabarte
La impresión de los míos!
Arequipa, 5 de abril de 1924
El original aquí: Amor Criminal Amor Criminal 2