El muerto

Una mañana, después de muerto, se había sentado al borde de la cama mientras se ponía los calcetines para ir a trabajar y, sin saber muy bien porqué, tuvo conciencia de que no había pensado en mucho tiempo. Fue como regresar a la calle conocida de un barrio oculto entre la niebla de su memoria, a un olor grato, al recuerdo de un abrazo. Comprendió que había estado muerto. Nadie, como es normal, se lo había dicho. Tenía un calcetín en un pie y no sabía si seguir y ponerse el otro ¿llamaría a la oficina para decir que estaba enfermo? Mejor no, eso pondría en peligro su reputación, bien afianzada los últimos años, de empleado responsable, cumplido, sólido y fiable, “un relojito” como decían entre risas sus compañeros.
Como bien sabemos, se espera mucho de los muertos. Decidió llamar para decir que se sentía mal y que no iría a trabajar. No pudo evitar añadir, antes de recibir la lacónica respuesta de su también difunto jefe, que llevaría un certificado médico al día siguiente.
Terminó la llamada y se quedó mirando el aparato de teléfono que sostenía en la mano, absorto, y de pronto, supo qué le pasaba, ahora lo recordaba, era ese mal, que cada vez se le manifestaba menos y que era especialmente virulento cuando algo lo conmovía -una película, una mujer, un relato- que empezaba a poseerlo, y también sabía lo que sucedería, el mal comenzaría a moverse de modo subterráneo, desde alguna parte de su cuerpo, como una serpiente, para poseerlo a través de la nostalgia por enamorarse, de embriagarse como antes, de vestirse raro, viajar en tren, en avión o al borde de la cama, era como un canto que ascendía lento y que lo arrastraba despacio a otro mundo que también era suyo –o que lo había sido- pero que ahora lo desequilibraba con su reaparición.
Sabía también que con el mal, como con la gripe, solo se tiene que esperar a que se te pase y la cordura, la paz, la responsabilidad y todo eso regresaría; así que mandó todo a tomar por el culo, harto de comprobar que la muerte regresaba siempre limpia con sus dientes perfectos, días de nueve a cinco, tarjetas de crédito, dietas, ejercicios a horas masoquistas para conseguir una salud de hierro en un cuerpo de barro, y, más tarde, salir a trabajar tan cargado de energías que daban ganas de cortarse las venas. Y él sin poder hacer nada por evitarlo.

Cuando llegaron lo encontraron frío, inmóvil, con un calcetín puesto y el otro pie desnudo, se había caído a un lado de la cama y el teléfono, que aún sujetaba en una mano, mostraba un mensaje en la pantalla:
si sigues siendo buen empleado, buen padre, buen cliente del banco podrás jubilarte, tener una pensión, algo de ahorros tal vez, seguro médico y tiempo libre para aprender cosas increíbles como jugar al golf o entender todas las funciones de tu teléfono móvil, para salir por las mañanas a caminar rápido con ropa de deporte para intentar reducir el colesterol, tiempo a tu disposición para hacer sudokus frente al café y luchar contra la barbarie de una vejez invencible. Te espera un futuro maravilloso. Sigue así”

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Acerca de Javier Revolo

Javier Revolo escribe "Relatos Tóxicos" https://javierrevolo.wordpress.com/ y forma parte de la Asociación literaria Trilce que promueve la creación en lengua castellana en Australia. Vive en Sídney, Australia, y es abogado.
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6 respuestas a El muerto

  1. Hola primo, ¡cuanto tiempo! me alegra comprobar que tus escritos siguen gozando de tan buena salud y vigor como antaño. Un fuerte abrazo.

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    • Hombre! mi querido primo, Miguel Guinea Bueno!!!
      Pero bueno, que ha sido de tu hermosa vida? he seguido algo de ella por las fotos de FB pero nada mas. Hace tiempo que no leo nada tuyo, estas escribiendo? espero que si.
      Bueno, ya me diras algo. Me pasare por tu blog para ver que hay de nuevo.
      Un abrazo

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  2. Qué fuerte!!!
    Hace un rato que lo leí y sigo con la sonrisa colgada de los labios…
    Pero….SERÁS BUENO, CONDENADO!!!!
    Sorprendente, mordaz, tajante y definitivo… Muy bueno, como siempre. Eso no cambia.
    Luego, te escribo…
    Sólo te diré que hacía años que no entraba ni al Word, ni al correo, ni al ordenador…
    Y como siempre, tú has sido una de mis mejores sorpresas!!!
    Beso grande, amigo.

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    • Mi querida Bea de Alejandría! siempre tan amable conmigo, muchas gracias, de veras, sabes lo mucho que me cuesta poner palabras juntas con algo de sentido, por eso es un regalo maravilloso saber que alguno de mis escritos te pueda gustar o te guste.

      Muertos hay tantos, tantos, y no lo saben; empezando por esos que creen que estar muerto es que ya no te lata el corazón, cuando la muerte no es dejar de estar con vida sino dejar de estar vivo: dejar de sentir, de pensar, no esperar nada más que todo siga igual para llegar a una vejez tranquila, segura. Y despedirse de la vida sin haber casi vivido.
      Lo que más me alegra es saber que estás con ganas y has empezado a mirar, leer, curiosear. Sabes que siempre espero leer algo tuyo, aunque sea largo (como a ti te gusta) porque me hace falta. Ya sabes, es una fortuna enorme poder decirle a un escritor/a que escriba más, y saber que algo nuevo va a salir de su cabeza y va a llegar a mis ojos. Eso me gustaría decirte, una vez ya te sientas con más ganas, arremete un relato, una historia, o cuéntanos algo de ti, siempre genial. Deléitanos con tu mundo.
      Recibe muchos besos Bea.

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  3. Querido primo, así no más que me entró añoranza de leerte, como cuando andábamos por las calles abarrotadas de la Comunidad, y me vine para aquí a encontrarnos en esta esquina de tu relato donde vuelvo a sentir esa extraña familiaridad del primer día. Es curioso pero creo que nunca hemos estado –de verdad– lejos, aunque vivamos en las mismísimas antípodas. Un abrazo. Miguel

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    • Querido Miguel!!
      Hace poco estuve viendo algunas de tus excelentes fotografias en FB y pense que sin duda eras un hombre de multiples virtudes, y tambien que tu estirpe de narrador se imponia a todas las formas que empleas para dar salida a tu arte, ya sea a traves de relatos bien trabados, videos o fotografias. Eres un hombre del Renacimiento, querido primo.
      Los dias de La Comunidad los recuerdo con cierta nostalgia. La ansiosa espera por saber de una nueva entrada en tu blog o en la de los otros companeros de aquel portal, era estimulante. Ahora al parecer esto de los blogs es cosa del pasado… y el pasado cada dia se continua llenando de cosas que duran poco o muy poco, aun cuando sigan siendo utiles. Es una lastima. Me hubiese gustado mas de aquello, sin duda.
      Te pido sinceramente que me hagas llegar una nota cuando escribas o produzcas algo, tu arte siempre fue un acicate para mi, sabes que te admiro.
      Recibe un fuerte abrazo, primo.

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