Luneció

Las sábanas, tu rostro. En esta habitacion no hay espejos. Nuestro olor se encuentra con nuestras palabras, esas cortas palabras que recorren las almohadas. Tu olor fuerte de mujer. Sexo sin movimientos aprendidos, música que se quedó en el olvido. Bajamos las dos, el cabello tirante, largo entre nuestras manos, nos tejimos en un punto cerrado y dejamos flecos colgando entre nuestros dedos. Bocas que no sirven para decir, ni miradas para ver, el tiempo sin después. Hacer el amor. Nos cominos las caras, las manos, el cuerpo. Surcamos tetas, cabalgamos nuestros ombligos y entrelazamos las piernas como queriendo bailar un tango horizontal hasta el aullido. Un infinito sin sentido, como cualquier otro.

Te conocí en un lugar común, con gente alrededor, un bar. Tu mirada oscura y la nariz perfecta eran oráculo, recta la certeza de tus labios suaves, senos abundantes y elásticas las medias negras atrapando tus piernas hechas para el baile. El hombre que te acompañaba no sabía. Tú tampoco. Para mí no fue tanta sorpresa, claro. Había un leve trazo de disgusto en tu mirada, algo viejo, recóndito, un fastidio que infectaba esa risa deliciosa, esas ganas de vivir. Entonces fueron la noche, el vino, dos o tres frases, más unas cuantas miradas, las que hicieron lo demás.
Nos quitamos la ropa como si se estuviera quemando, las medias negras resbalaron dejando que tu piel hable con mis manos que la silenciaron y subieron hasta llegar a tu pequeño mundo secreto, ese mundo de hombres apresurados, de puertas cerrándose con la inmadurez que te hizo madurar. Acerqué mi boca y te dije un secreto que hizo, de nuevo, que te rieras. Nuestros senos se apretaban contra nuestros deseos, nuestros labios se mojaban en nuestro silencio. Hacíamos algo malo, como siempre, delicioso. Cuerpos que bailan bajo la luna, con maquillajes oscuros y sexos depilados, entregados a la diosa azul, Astarté. En el fondo de nuestros cuerpos, acompañado del miedo, duermen esos recuerdos de la carne que nosotras decidimos despertar en una habitación al borde del amanecer.

Hoy es de dia y lejos, un cigarrillo, la necesidad de espacio, de más espacio entre nosotras. Me gustas pero fumo mientras derivas a un lado de la cama, eres la venus de Boticelli y yo la espuma que baja entre tus piernas, caliente, disolviéndose en un mar oscuro y tibio. Una pintura distante y quieta.

Qué tarde aprendí que la pasión es como un baile. Qué tarde aprendí que cada cosa, cada momento, tiene un nombre, que todas esas cosas que metemos en aquello que llamamos amor se pueden trozar y nombrar una por una, como las islas de un archipiélago. Así que me marché de tu amor sin mirar atrás, sabiendo que hay caminos que se tienen que recorrer, sin rumbo, sin tener llegar a ninguna parte, que más vale el dolor que la larga tristeza de no poder recordarte como lo puedo hacer hoy.