Estar vivo – El libro del desasosiego – Fernando Pessoa

Auto retrato Fernando Pessoa Pintura por Hartiste | Artmajeur
Fernando Pessoa – El libro del desasosiego

Fernando Pessoa impresiona. Lo encuentro en sus páginas, y ese encuentro es un abrazo.

El “Libro del desasosiego” es una ventana abierta a una irrealidad múltiple y, al mismo tiempo, única. única porque le pertenece a él, a Fernando Pessoa, a su humanidad irremplazable, sentida y pensada, pero también múltiple porque se proyecta en mi mundo, lo intoxica, lo invade, y se vierte en lo humano que nos concierne, que nos implica a todos.

Estos fragmentos son los que he marcado de las primeras 50 páginas, leídas hoy. Voy a seguir degustando, poco a poco, este libro como una droga maravillosa a la que hay que administrar en porciones justas, para que no nos hiera demasiado.

Libro del desasosiego

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Considero la vida un apeadero donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo.

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Haré del soñarte un ser fuerte, y mi prosa, cuando hable a tu Belleza, tendrá melodías en la forma, curvas en las estrofas, esplendores súbitos como los de los versos inmortales.

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Tú eres todo lo que no es la vida; lo que de bueno y de hermoso los sueños dejan y no existe.

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¡Lo sublime de desperdiciar una vida que podría ser útil, de no ejecutar nunca una obra que fuese forzosamente bella, de abandonar a la mitad el camino cierto de la victoria!

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¿Por qué es bello el arte? Porque es inútil ¿Por qué es tan fea la vida? Porque en ella todo son fines y propósitos.

Todos sus caminos conducen de un punto hasta otro punto.

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Que yo me vuelva niño y así me quede para siempre, sin que me importen el valor que los hombres dan a las cosas ni las relaciones que los hombres establecen entre ellas.

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El niño no da más valor al oro que al vidrio y en verdad ¿acaso el oro vale más?

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¿Será Dios un niño grande? ¿No parece el Universo entero un juego, una travesura de un niño inquieto? Tan irreal…

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No querer comprender, no analizar . . . Verse a uno mismo como a la Naturaleza; observar sus propias impresiones como quien observa un campo — esto es la sabiduría.

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Nunca he encarado el suicidio como una solución, porque si yo odio la vida es precisamente por amor a ella.

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He matado la voluntad de tanto analizarla.

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Es una pena que la expulsión de los superiores de la sociedad resultara para ellos la muerte, pues no saben trabajar. Y tal vez muriesen de aburrimiento, por no haber espacios de estupidez entre ellos.

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Por las leves rendijas de las contraventanas se distinguía la actitud de exagerada expectación del único árbol visible. Su verdor era otro. El silencio entraba en él en forma de color.

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A una cuidadosa etiología de los escrúpulos le ha de seguir un diagnóstico irónico de las servidumbres de la normalidad.

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No hay día en el que la Materia no me maltrate.

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Mi sensibilidad es una llama al viento.

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Árboles que sois apenas árboles, con un verdor tan agradable a los ojos, tan alejados de mis intereses y mis penas, tan reconfortantes para mis angustias, pues no tenéis ojos para observarme ni alma que, observándome por esos mismos ojos, pueda no comprenderlas y burlarse de ellas. Piedras del camino, talados troncos, mera tierra anónima del suelo, hermana mía, vuestra insensibilidad hacia mi alma es a la vez cariño y descanso . . .

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Paz universal la de la Naturaleza, materna en su ignorancia de mí; sosiego ajeno a los átomos y a los sistemas, tan hermano en tu ignorancia de mí . . .

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Damos comúnmente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido. Si a la muerte la llamamos un sueño, es porque desde fuera parece un sueño; si llamamos a la muerte una vida nueva, es porque parece algo diferente de la vida.

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La civilización consiste en otorgar un nombre que no le compete a algo para luego ponerse a soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se convierte en otro, porque nosotros lo convertimos en otro. Manufacturamos realidades. La materia prima continua siendo la misma, pero la forma que el arte le ha dado, se aleja de continuar siendo la misma. Una mesa de pino es pino, pero también mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. El amor es un instinto sexual, aunque no amemos con el instinto sexual, sino con la presunción de otro sentimiento. Y esa presunción es, en efecto, otro sentimiento.

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Estoy triste por dentro de la conciencia. Escribo estas líneas mal anotadas, no para decir esto, no para decir algo, sino para dar alguna ocupación a mi indiferencia.

Acerca de Javier Revolo

Javier Revolo escribe "Relatos Tóxicos" https://javierrevolo.wordpress.com/ y forma parte de la Asociación literaria Trilce que promueve la creación en lengua castellana en Australia. Vive en Sídney, Australia, y es abogado.
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